La ansiedad es un trastorno emocional de carácter intensamente desagradable, que tiene puntos de contacto con el temor, la desesperación y el desasosiego, acompañándose de síntomas muy diversos. Entre los síntomas más característicos del estado de ansiedad figuran las crisis de terror injustificado, generalmente nocturnas, en las cuales el paciente aparece con sudación profusa, pulso acelerado y expresión de horror en los ojos. Otras veces hay sensación subjetiva de muerte inminente, con latidos cardíacos rápidos y penosos, o con la impresión de que se está deteniendo la respiración. Algunos enfermos experimentan vértigos y sensación de desvanecimiento; otros sienten que sus brazos y sus piernas han dejado de pertenecerles, etc. El enfermo puede quedar inmóvil, irrumpir en llanto, o desplazarse sin objeto.
La ansiedad tiene un curso variable, pudiendo instalarse y desaparecer, atenuarse y empeorar, presentarse en forma de crisis únicas, espaciadas o subintrantes.
El estado ansioso tiene las mayores probabilidades de aparecer en los niños sobreprotegidos, con muy pocas defensas propias ante las emociones alteradoras, particularmente cuando ellos tienen cortas familias, siendo muy estrecho su círculo de contactos interpersonales fuera del ambiente familiar. Pero con el crecimiento, la adquisición de una madurez emocional y el ensanche del círculo de relaciones con otras personas, reducen las probabilidades de aparición de este estado.
La ansiedad puede presentarse sobre un fondo de normalidad psicológica o sobrepuesta a trastornos psicológicos de otra índole. Al desaparecer la ansiedad, suele persistir la sintomatología de fondo.
Comprendemos la ansiedad que resulta frecuentemente del bloqueo abrupto de la relación hipnótica principal del niño con sus padres, o sustitutos paternos, en un momento en que el niño tiene especial necesidad de una relación hipnótica emocionalmente estabilizadora por haber experimentado una emoción alteradora frente a la cual no tiene defensas propias suficientes ni la posibilidad de obtener estabilización emocional de otras relaciones interpersonales.
Sabemos que en el ambiente de experimentación, un operador que ha inducido repetidamente el estado emocional hipnótico en un sujeto, puede volverse incapaz de inducirlo nuevamente, por haber contrariado las necesidades emocionales de dicha persona en indeterminado momento. Del mismo modo, los padres pueden causar un bloqueo de su relación hipnótica con su hijo cuando éste tiene una necesidad imperiosa de recibir comprensión y caricias tras una experiencia emocionalmente traumática, y en cambio recibe reproches o castigos de los padres, que empeoran su trauma.
En un caso muy típico de esta índole, tomado de nuestra práctica, el niño R.L., de 3 años de edad, experimento una fuerte alarma al haber golpeado a su hermanito de 2 años con un limón sobre la nariz, causándole una pérdida profusa de sangre. La madre castigó severamente por este motivo a nuestro paciente. Desde esa noche, R.L.., que había sido anteriormente un chico psicológicamente normal, empezó a atener pesadillas que se repitieron todas las noches, y al despertar gritando, quedando a la vez triste y sin apetito. Al cabo de ocho días fue traído a la consulta.
Ya hemos indicado que el estado emocional hipnótico es imprescindible para la estabilización emocional de los niños. En casos de disturbio, los pequeños suelen venir corriendo a la madre para que les ayude a estabilizarse. En este caso, cuando el niño asustado tenía una gran necesidad de una relación hipnótica positiva, la madre lo regañó y lo castigó. Esta actitud creo un bloqueo de la relación hipnótica de la madre con su hijo, y cuando ella lo volvió a acariciar varias horas más tarde, ya no se podía establecer la relación hipnótica causa de este bloqueo.
El bloqueo de relación hipnótica no se produce obligatoriamente tras cualquier castigo o reproche, aún cuando haya habito un fuerte traumatismo emocional. Aun en caso de producirse, este bloqueo puede ser fugaz, pudiéndolo pasar por sí solo, o ser eliminado por cualquier persona que también tiene una relación hipnótica con el niño, para lo cual es suficiente dar al niño la estabilización emocional que él tanto necesita, y efectuar una transmisión de relación hipnótica. En este caso, nosotros fuimos esa persona.
Puede también suceder que el bloqueo de una relación hipnótica principal sea de larga duración, pero que el niño no sufra por su causa, por tener a la vez relaciones hipnóticas principales con otros familiares que satisfacen su necesidad de estabilización emocional. Por eso, es comprensible que sean muy pocos los casos que llegan a un psicoterapeuta especializado, correspondiendo éstos en su mayoría a personas que por su edad o modo de vivir tienen una marcada limitación de sus contactos interpersonales fuera de un pequeño círculo familiar, como por ejemplo, en los casos de sobreprotección.
En el ejemplo descrito por R,.L., la psicoterapia consistió simplemente en inducir un estado emocional hipnótico en el niño mediante una actitud comprensiva y cariñosa (procedimiento directo) y decirle palabras elogiosas (“Eres un chico muy bueno”), asegurándole que “mamita lo quiere, papito lo quiere... todos lo quieren... mamita lo quiere siempre...” Como puede verse, no se dio absolutamente ninguna sugestión, salvo la de que era un niño bueno y sus padres lo querían.
La sesión terapéutica no duró más de vente minutos, y sus resultados fueron aparentemente espectaculares. El paciente no tuvo más pesadillas desde esa noche, su apetito se restableció, y hubo un gran aumento de su vivacidad y alegría.
Lo que hicimos fue realizar indirectamente una transmisión de relación hipnótica a la madre. Con ello, la madre pudo continuar proporcionando la hijo la estabilización emocional necesaria.
Sergio Valdivia Correa
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